«Un sacerdote me violó y me obligó a abortar»: uno de los mayores escándalos de pederastia de Colombia

Me llamo Natalia, tengo 32 años y acabo de emprender el viaje más importante de mi vida.

Volví a Medellín con mi pequeña hija, dos maletas y el firme propósito de romper mi silencio, de denunciar, de nuevo y por todos los medios posibles, al sacerdote que me violó y me obligó a abortar en 2004, cuando yo tenía 14 años.

Este es un viaje a mi pasado, a la historia más dolorosa que he vivido y que ni siquiera mi familia conoce a profundidad.

El 25 de agosto de 2022 estalló el mayor escándalo de abuso sexual a menores de edad en la Iglesia católica que haya golpeado a Medellín, y uno de los más recientes que se ha conocido en Colombia.

Ese día, el arzobispo de la ciudad, monseñor Ricardo Tobón Restrepo, publicó en redes sociales una lista con los nombres de 36 sacerdotes que habían sido denunciados ante la Arquidiócesis en los últimos 30 años.

La publicación se produjo luego de que, tras un proceso legal que duró dos años, la Corte Suprema de Justicia le diera la razón al periodista colombiano Juan Pablo Barrientos y le exigiera a la Iglesia entregar los datos por ser considerados de interés público.

En la lista difundida por la Arquidiócesis se encuentra el nombre del sacerdote acusado por Natalia Restrepo.

Lo que sigue es su testimonio en primera persona, acompañado del contexto de su caso recogido por BBC Mundo.

I. La casa de mi abuela
Calle de un barrio popular en Envigado
La abuela de Natalia sigue viviendo en el mismo barrio en el que ella creció.
Aunque ya he vuelto a esta casa en la que crecí varias veces, ahora es diferente.

Es la primera vez que regreso para intentar hablar con mi abuela de lo que me pasó. Ya tiene 90 años y aunque perdió su visión, su carácter sigue igual de fuerte.

Mi abuela ha sido mi mamá y mi papá, porque ellos no pudieron, o no quisieron, hacerse cargo de mí.

Con mi papá nunca tuve una relación. Mi mamá, en cambio, enviaba dinero para mi manutención desde EE.UU., donde rehizo su vida y construyó otra familia.

Nunca me hizo falta nada material. Mi mamá me dio gusto en todo y siempre estuvo en contacto conmigo, pero jamás vivimos juntas.

Por eso mi gran carencia en la vida, hasta hoy, ha sido afectiva. Es un vacío que, sin ser consciente, intenté llenar con la religión.

Mi abuela me llevaba a misa los sábados y los domingos, y durante la semana, si se podía y pasábamos por el parque, también había que entrar a la iglesia.

Es algo que ella sigue haciendo sagradamente hasta hoy.

Hablar de lo que me pasó no es fácil, pero he logrado hacerle un par de preguntas:

-Mami, ¿usted se acuerda de los sacerdotes?

-Sí, yo les tenía confianza porque como me hacían creer que cuidaban tanto de usted.

-¿Usted se acuerda que había un sacerdote que siempre la llamaba a pedirle permiso por mí?

-Sí, siempre. Yo le decía que con mucho cuidado.

II. Parroquia de Santa Gertrudis, La Magna
Parroquia de Santa Gertrudis, en Envigado
Todo comenzó en la parroquia que está en la plaza principal de Envigado. Es una iglesia grande, bonita. Me parece que los años no la han cambiado.

Cuando era niña me gustaba ver a los niños y jóvenes que estaban en el altar ayudando al sacerdote durante la misa.

Los admiraba con su túnica blanca y le decía a mi abuela que quería ser como ellos.

Tan pronto cumplí 11 años, la edad mínima requerida, me inscribí en el curso para convertirme en monaguilla (o acólita, como le decimos en Colombia). Un año después me consagré y empecé a asistir a los sacerdotes de la parroquia.

Envigado es un lugar muy católico y conservador, así que era como un orgullo para las familias que su hijo o hija estuviera en la iglesia, que participara en las eucaristías y en las procesiones de la Semana Santa.

Yo también hacía parte de los grupos de infancia misionera, así que pasaba muchas horas ahí.

Collar con cruz de madera en las manos de Natalia
Durante su tiempo como monaguilla Natalia, como los demás jóvenes, usaba una cruz de madera que se colgaba con un hilo.
Fue en ese contexto que conocí a un seminarista que siempre iba a la misa de los domingos, se paraba en el altar y nos ponía a cantar y a aplaudir.

Era carismático, conocido por su buena voz y por tocar la guitarra. Llamaba la atención porque las misas solían ser más aburridas, pero lo que él hacía era como chévere para los feligreses.

Además, era exalumno del colegio Liceo Francisco Restrepo Molina, el mismo en el que yo estudié.

Hacia 2002, se ordenó como sacerdote y lo asignaron a esa misma parroquia Santa Gertrudis.

Fue el mismo año en que yo empecé a ser acólita, así que compartía bastante con él. En ocasiones me pedía que lo ayudara con el computador o a hacer alguna cartelera.

Yo me sentía especial. Me creía importante porque mi letra era linda y los carteles quedaban bien bonitos. Él me hacía sentir tenida en cuenta.

Con el tiempo empecé a volverme su preferida. Lo acompañaba a misas fuera de la parroquia o alguna unción a un enfermo.

Íbamos en su carro y al regreso siempre me dejaba en mi casa.

III. El motel
Habitación del motel que recuerda Natalia
El motel que recuerda Natalia aún funciona. Las habitaciones tienen parqueadero propio.
Un sábado después de la reunión del grupo juvenil, el padre me pidió que lo acompañara a una eucaristía en un club de un barrio de clase alta de Medellín, y de ahí me llevó a Sabaneta, un municipio cerca de Envigado, a una especie de restaurante al aire libre en el que vendían carne asada.

Estuvimos como una hora, comiendo y tomando algo. Luego nos subimos al carro, pero esta vez no me llevó a mi casa, sino a un motel, que todavía existe.

– «Padre, por qué me trae acá», le pregunté.

– «Para que nos sirvamos algo y que no nos vean, porque igual un sacerdote bebiendo es feo», me respondió.

Me quedé tranquila porque era común que él tomara trago. Además le tenía confianza. Lo conocía hace tiempo y nunca me había hecho nada.

Me acuerdo que las habitaciones eran como cabañas con estacionamiento propio.

Se entraba al garaje por una puerta metálica, como de aluminio. En ese mismo espacio, estaba el cuarto con un baño.

Él bebió mucho, se pasó de copas y comenzó a tratar de quitarme la ropa. Yo no entendía mucho qué estaba pasando. Me sentía confundida.

Natalia de perfil haciendo un gesto de silencio.
Luego de años de silencio y de no encontrar justicia para su caso, Natalia decidió hacer pública su denuncia.
Nunca había tenido clases de educación sexual y el sexo era un tabú con mi abuela.

-«Déjame darte unos besos. Quiero estar contigo. Yo siempre he estado enamorado de ti. Eres una mujer hermosa. Quiero que seas mía«. Me decía cosas así.

Yo le pedía que parara, pero no me hacía caso.

Fue ahí cuando empecé a sentir mucho miedo.

Comencé a golpear la puerta del garaje para que alguien me ayudara, pero él me decía que nadie me iba a escuchar, que la recepción estaba lejos de ahí.

Lo que siguió es el recuerdo más asqueroso que tengo: se quitó su pantalón, su camisa, me tiró a la cama, me abrió las piernas y me penetró a la fuerza.

Esa imagen se me quedó grabada y creo que es el momento que me genera más odio.

Ahora que soy adulta entiendo que como estaba alicorado se demoró en conseguir el clímax, pero en ese momento no entendía nada, solo me pareció eterno.

Yo gritaba porque me dolía. Era una adolescente y él me estaba quitando mi virginidad.

Cuando no sé cómo me logré zafar, me puse a llorar.

Lloraba mucho, mucho, pero al él le daba igual. Me decía que yo era de él, que siempre iba a ser suya.

No le conté a nadie lo que pasó porque en el fondo sabía que no me creerían.

En Medellín, cuando a alguien le pasa algo malo, se suele decir un refrán: «Ni que hubiera matado a un cura».

Y yo, que era una adolescente de 14 años, ¿Cómo iba a enfrentarme a uno? ¿Quién me iba a creer que aquel hombre respetado en Envigado me había hecho algo tan terrible?

IV. Casa cural
Puerta de la casa cural
Poco después de la violación, hubo otro episodio de abuso, esta vez en la casa cural en la que vivía el padre en esa época.

Una vez me metió a un cuarto y se comenzó a masturbar. Me decía que lo mirara.

Quizás habría seguido con los abusos, pero pasó algo que lo cambió todo: dejé de tener la regla.

Me había desarrollado dos años antes y tenía un periodo regular, así que sabía que no era normal.

Decidí contarle a una amiga, sin darle detalles de lo que me había ocurrido.

Me sugirió que me hiciera un test de orina, pero el resultado no fue claro, así que salí a buscar un laboratorio para hacerme una prueba de sangre.

Iba caminando cuando me encontré con doña Lucía (cambio su nombre aquí por respeto a su intimidad), una catequista de la parroquia.

Yo estaba nerviosa, pero le tenía confianza, así que le dije todo.

-«Pero mami«, ella me decía mami, «¿Cómo pudo haber pasado esto? Tú siempre has sido muy cercana a los sacerdotes… Yo sí pensé que quizás no era bueno que fueras tan cercana a ellos,» recuerdo que me dijo.

Me hice la prueba aquí mismo en Envigado. El resultado fue positivo.

V. Seguro social
Esquina de la clínica en Envigado
Aunque ahora tiene otro nombre, la clínica que recuerda Natalia sigue funcionando en el mismo lugar.
Cuando lo supe, fui a la parroquia y le dije al padre que necesitaba hablar con él.

Me citó en un lugar donde vendían helados.

Allí le conté que estaba embarazada. Se enojó y me dijo que yo no le iba a dañar su vocación, que él recién estaba comenzando su vida sacerdotal.

– «¿Cómo no se la voy a dañar si estuvo conmigo? ¿Qué voy a hacer?«, le pregunté.

Me respondió que no me preocupara, que él lo iba a solucionar.

Me llevó donde una señora en un barrio popular. Ellos primero conversaron y luego ella me hizo un tacto vaginal y le dijo que no podía hacer nada.

Me imagino que se refería a que era muy pronto, quizás, para meter un espéculo porque el feto era demasiado pequeño.

Entonces fuimos a una farmacia y en el mostrador vi cómo le pasó dinero al vendedor, que me entregó unas pastillas y me explicó cómo me las tenía que tomar. También me advirtió que me iba a dar un dolor fuerte.

El padre me dijo que con eso me llegaría la regla. Nunca habló de un aborto.

Evadí el tema por varios días porque tenía miedo. Pero él me llamaba para presionarme. Me gritaba y me manipulaba mucho.

Hasta que las usé.

Natalia Natalia en la parroquia Santa Gertrudis en Envigado, cubre su rostro con las manos para proteger su identidad
En 2004 el aborto no era legal en Colombia y el Cytotec (un medicamento para la prevención y tratamiento de úlceras gastrointestinales) se popularizó como una opción clandestina para interrumpir el embarazo. Se conseguía en las farmacias sin fórmula médica.
En la madrugada comencé a expulsar coágulos de sangre. Fue muy fuerte. El dolor era horrible. Botaba mucha sangre y me paraba al baño seguido.

Un par de días después las molestias seguían y decidí ir a la clínica.

Allí tuvieron que hacerme un legrado, una intervención para limpiar los residuos que aún quedaban en mi cuerpo tras el aborto.

Pero no pude hacerlo en secreto, como quería. Una de las enfermeras conocía a un pariente mío y lo llamó para contarle.

Él llegó a la clínica furioso. Me dijo cosas hirientes, estaba muy enojado:

-«Cómo así que usted estaba embarazada y que se hizo un aborto, quién sabe de quién se embarazó».

Cuando llegué a la casa mi abuela ya lo sabía. Él le había contado, pero yo lo negué. Le dije que había ido por otra razón.

Eso quedó ahí. No volvimos a hablar del tema hasta ahora que regresé y le pregunté si recordaba ese episodio:

–Mami, ¿qué es lo que usted se acuerda de esa vez que estuve en el seguro social?

-Pues en ese momento no me di cuenta porque usted dijo que solo eran unos cólicos, pero después ¿por quién fue que yo me di cuenta?

–Porque le vinieron a contar

–¡Ah sí!

–¿Y se acuerda qué pasó esa vez que me quedé con el padre hasta tarde?

-Pues, después fue que usted contó que él la había… y que él la había hecho abortar.

Mi abuela nunca pudo decir la palabra violación en nuestra conversación. No me sorprendió porque a mí misma, que soy mucho más joven, también me costó empezar a decirla.

Lo que sí me dijo es que luego de enterarse sentía rencor.

–Una vez me confesé porque me mantenía con mucho resentimiento con ese padre por la confianza que yo le tenía. No quería recibir la comunión de mano de él.

VI. Curia de Medellín
A la derecha el edificio donde funciona la Arquidiócesis de Medellin.
A la derecha el edificio donde funciona la Arquidiócesis de Medellin.
Pasaron varios años hasta que me atreví a hacer la denuncia en la oficina de la Curia de la Arquidiócesis de Medellín.

Me costó decidirme. Sabía que la Iglesia tiene mucho poder y que me enfrentaba a algo muy grande.

Además, en ese tiempo me sentía culpable por haber abortado. Estaba confundida y pensaba que lo que había hecho era un pecado muy grave.

Recuerdo que me atendió un sacerdote que tomó nota en un libro, a mano. Cuando terminé, me dio una palmadita en el hombro y me dijo que tenía que perdonar, “que ellos son hombres y que también cometen errores”.

No pasó nada. Nunca me contactaron de nuevo.

Ahora que regresé y pregunté qué había pasado con mi primera queja tampoco me dieron respuesta. La señora que me atendió me pidió mis datos y me dijo que iba a revisar en los archivos y que me contactaría, pero no lo hizo.

Así que decidí hacer la denuncia por segunda vez.

El 30 de agosto de 2022, me atendió el obispo auxiliar, monseñor José Mauricio Vélez García.

Mientras me escuchaba, él escribía todo en un computador y lo iba leyendo en voz alta para que yo supiera lo que iba quedando registrado. Al final firmé el documento con mi declaración.

Le pregunté qué pensaba él.

–«Es una denuncia demasiado grave. Hay que asumirla con toda la responsabilidad y el rigor», me contestó.

De mi primer requerimiento me dijo que no tenía idea:

– “Hasta allá no llego porque eso fue en otra época, otra realidad”, me respondió.

Natalia Natalia en la parroquia Santa Gertrudis en Envigado, cubre su rostro con las manos para proteger su identidad
Investigación canónica

BBC Mundo intentó por más de cinco meses obtener información sobre el caso de Natalia.

Tras numerosas llamadas telefónicas a distintos funcionarios, correos electrónicos, la presentación de un derecho de petición y una tutela legal que un juez falló a favor de este medio, la Arquidiócesis de Medellín aceptó contestar por escrito nuestras preguntas.

La institución confirmó la existencia de las dos denuncias, y reconoció que en el momento en que se interpuso la primera, “no existía la formalidad de procesos que existen hoy, que se escuchó al acusado y a algunos testigos” y que luego de analizar, decidieron archivar la investigación “hasta conseguir pruebas que nunca obtuvieron”.

Sin embargo, en la lista difundida por Tobón en 2022 su caso aparece “en investigación”.

En cuanto a la segunda denuncia, afirmó que abrió una indagación canónica que está en curso y a cargo de dos sacerdotes, como lo indica el protocolo a seguir por la Iglesia que se instauró en 2019.

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